


































Desde que abrí este blog hago fotografías a todo lo que la naturaleza nos ofrece y que pone a mi alcance y gracias a ello pude ir apreciando cada vez con más fascinación todas las maravillas que nos ofrece desde las más grandes hasta las más pequeñinas. Pero hay unos animalinos que a pesar de ser comunes y corrientes en mi zona no logré fotografiar, las arañas. Por alguna razón me rehuyen, veo sus casas pero ellas siempre están ausentes, así que pensé que quizás si muestro sus obras tan perfectas tal vez algún día se dignen posar para mí.
Creo que no hace falta ninguna explicación, será suficiente con mostraros los distintos modelos de telas que me fui encontrando, espero que os gusten.
El artículo de hoy es diferente a lo que suele ser habitual en esta casa porque desde aquí quiero hacer un llamamiento para que todos pongamos el mayor cuidado para que los incendios que todos los años arrasan parte de nuestros bosques se reduzcan de tal manera que ni un solo árbol desaparezca este verano pues cuando un bosque se quema no son sólo los árboles los que mueren, con ellos mueren también muchas plantas y muchos animales que tenían su residencia en ellos.
Hoy no seré yo quien os quiera convencer del respeto que se debe a los árboles, será el propio árbol el que a través de una plegaria os de las suficientes razones para que no les hagamos daño.
Plegaria del árbol
Tú que pasas y levantas
contra mi tu brazo,
que inconsciente me zarandeas,
antes de hacerme daño,
mírame bien.
Yo soy el armazón de tu cuna,
la madera de tu barca,
la tabla de tu mesa,
la puerta de tu casa,
la viga que sostiene tu techo,
la cama en que descansas.
Yo soy el mango de tu herramienta,
el bastón de tu vejez,
el mástil de tus ilusiones y esperanzas.
Yo soy el fruto que te nutre
y calma tu sed,
la sombra bienhechora que te cobija
contra los ardores del sol,
el refugio bondadoso de los pájaros,
que alegran con su canto tus horas
y que limpian tus campos de insectos.
Yo soy la hermosura del paisaje,
el encanto de tu huerta
la señal de la montaña,
el lindero del camino.
Yo soy el calor de tu hogar,
en las noches largas y frías del invierno;
el perfume que embalsama a todas horas
el aire que respiras,
el oxígeno que vivifica tu sangre,
la salud de tu cuerpo
y la alegría de tu alma;
y hasta el fin,
yo soy el ataúd
que te acompaña al seno de la tierra.
Por todo eso,
tú que me miras,
tu que me plantaste,
tú que me diste el ser y,
puedes llamarme hijo…
óyeme bien,
mírame bien…
¡Y no me hagas daño!
Anónimo